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viernes, 7 de septiembre de 2012

Capítulo IV. Ser un migrante. Reflexiones.

Recientemente se están animando los movimientos migratorios. Es algo típico en el ser humano: cuando las condiciones de vida en un lugar no permiten el bienestar de sí mismos, o de sus familias, la necesidad o bien la búsqueda de una calidad mejor de vida nos impulsa a movernos. No se trata de simple egoísmo; más bien de todo lo contrario. Por desgracia existen muchos países cuyos ciudadanos están impelidos a salir de ellos para asegurar su propia vida y existencia, sea por conflictos internos, por situaciones de máxima pobreza o hambre, por enfermedades o por persecuciones políticas.

Times Square, Nueva York. Una instantánea del flujo constante de masas, ante la atenta mirada de un M&M estadounidense, inspirado en los Smarties británicos; una pizzería italiana y un anuncio de cerveza mexicana. 

Isla de Ellis, protagonista de otro artículo de este blog. Durante más de 60 años fue la principal aduana del puerto de Nueva York, por la que pasaron 12 millones de personas. Ambas imágenes fueron tomadas en 2006. 

En muchos otros países afortunados en los que nuestro Estado nos ha asegurado al menos comida, techo, atención sanitaria, educación gratuita y una serie de privilegios legales y sociales que a pesar de los pesares suelen intentar socavarse desde los parlamentos durante las etapas de crisis, la necesidad imperiosa de salir no es tanta. Es algo por lo que estar agradecido, tener dos piernas que funcionen, ojos que vean, una mente que pueda enfocarse en algo y elaborar conclusiones, unos brazos que puedan levantar pesos, un corazón que nos bombee suficiente sangre para trabajar y encima el apoyo de una familia con una casa, un plato de comida caliente en la mesa, suficiente electricidad para hacer algo de vida nocturna, una formación y ocasionalmente una red local de internet para poder estudiar, estar actualizado y hacer gestiones.

El posmodernismo ha traído consigo la lucha de los pueblos; ya no se lucha por ideales, sino por cuestiones culturales. Especialmente interesante es la teoría del choque de civilizaciones expuesta por Samuel Phillips Huntington en 1993. Mural de Christiania (Copenhague, Dinamarca), verano de 2011. 

La globalización y la extensión del turismo hace que uno pueda comprarse unas Matriushkas de absolutamente todo: líderes mundiales, personajes de animación, futbolistas, o tus animales favoritos. Tomada en Moscú, verano 2012. 


Sin embargo existen expectativas, existen sueños y verdades tras esos sueños, sueños que antes se podían cumplir. Donde antes entraba la máxima paternal: "estudia algo y serás un hombre de pro", y durante muchos años así fue, hoy en día esta máxima se ha licuado en la realidad de muchos países agraciados en principio bajo el paraguas del Estado del bienestar y que ahora están sumidos en una terrible crisis en la que compañías de calificación se permiten el privilegio de definir las posibilidades económicas de toda una nación, ensalzando o condenando a millones de personas al ostracismo internacional independientemente de su valía como personas o como profesionales. Hoy estamos en un día en que las políticas internacionales se entremezclan y como en tiempos del colonialismo, los países considerados fuera de la crisis pueden adjudicarse el derecho de definir las políticas económicas de aquellos que aún no han salido. Nos encontramos en un mundo que acepta y permite que a tenor de las bajadas o subidas de la bolsa, en la que sólo unos pocos cotizan, suba o baje la intención de voto de ciertos partidos políticos y que incluso se acepte la llegada de un técnico económico al que nadie había votado para "encauzar" el destino del país.


El objetivo de toda persona de este mundo es acabar sus días tranquilo y feliz, sin demasiadas preocupaciones en la vida, rodeado de familiares o de personas que los quieran, independientemente de la cultura a la que pertenezcan. Carnavales de Cádiz, 2010. 

Imagen gemela de la que hace de fondo en este blog. Los momentos de crisis económica refuerzan los movimientos migratorios, a veces con consecuencias desagradables tanto para los migrantes como para los locales debido a la incomprensión. 

En el caso de Europa, por desgracia en lugar de reforzarse el sentimiento de comunidad que hasta ahora se había estado gestando entre los ciudadanos de los Estados miembros y pasar al siguiente nivel de unión, los discursos políticos demagógicos y oportunistas han llevado a la desconfianza, a la separación y en algunos casos hasta al racismo. En lugar de fomentarse la cooperación y la solidaridad, el pueblo acepta tácitamente el inútil orgullo nacional que acompaña a una situación económica determinada en comparación con los países de su alrededor, de los que en ciertas épocas recibe inmigrantes, a los que no puede digerir bien.


Festividad de Krishna en la playa de Eastbourne, Reino Unido, por inmigrantes de origen indio. Fueron tan amables que me permitieron fotografiar y quedarme a ver todo lo que hacían y decían. La foto es en realidad de julio de 2005. 

Bandera del Tíbet en el ayuntamiento de Chinon, Francia, verano de 2007. Probablemente una jornada de hermandad con el pueblo tibetano, un gesto hermoso sin duda. 

A muchos de los españoles emigrantes en Alemania* (pongo un caso concreto porque es uno de los que conocí, si bien los ejemplos de otros muchos países del norte son igualmente buenos) va a tocarles enfrentarse a una población creciente de alemanes insatisfechos con las políticas económicas europeas, que aceptan de forma visceral y sin pensar los discursos demagógicos de Ángela Merkel y de sus secuaces, para los que prima una consideración fría y matemática de la situación de otros países en lugar de elegir ser humanos por encima de ser estadistas y acceder a datos realmente significativos del estado de la población de aquellos países a los que llaman PIIGS (Portugal-Ireland-Italy-Greece-Spain): la tasa de suicidio asociada a la crisis, el umbral de pobreza, el poder adquisitivo medio, y la intención de voto hacia partidos de ultraderecha, entre otros, que son una llamada de atención sobre la peligrosidad de explotar a un pueblo hasta que no pueda más.


Una nube desplegando una furiosa lluvia sobre Suecia, julio de 2011. 

Noruega, septiembre de 2007. ¿No son acaso las construcciones de los hombres, sus teorías, sus filosofías y sus convicciones, su arrogancia y su soberbia insignificantes ante las maravillas y la grandeza de la Madre Naturaleza?
La presencia en ciudades muertas intactas como Pompeya (verano 2005) nos permiten sentir de cerca la efimeridad de las construcciones humanas, y nos acercan a la humildad de ser sencillamente humanos, por encima de nuestra nacionalidad. 


Afortunadamente sólo recibí comentarios despectivos hacia mi nacionalidad tres veces en un año en Alemania entre septiembre de 2010 y agosto de 2011 y ninguno durante mi corta estancia en busca de trabajo en Londres en 2008; no obstante, calculo que ahora puede verse aumentado ese número. Al recibir comentarios tan absurdos uno siente en parte zaherido su amor patrio; pero más que una lesión en un sentimiento puramente intelectual y que no tiene mayor trascendencia, uno siente la siguiente sensación: un terrible rechazo por la nacionalidad. Un juicio que no tiene nada que ver con la apariencia física ni la forma de hablar, ni tampoco por la facilidad o incapacidad de tocar temas vulgares o escatológicos o elaboradamente intelectuales, ni tampoco la timidez. No se trata de un constructo que nosotros tengamos ni nada con lo que hayamos nacido como personas. No. Es más, nuestro acento en su lengua puede ser perfecto, la apariencia, igual a la de los habitantes de su nación, y podríamos pasar durante un tiempo como locales o como habitantes de otro país hacia los que se tenga una consideración diferente. El rechazo, la expresión de asco o de desprecio, viene cuando saben de dónde venimos. Incluso podemos gustarles como personas, pero ya existe, tristemente, un muro invisible que la ignorancia genera entre ambos.




En verano de 2008 Ángel y yo nos lanzamos a la aventura de buscar trabajo en Londres. No salió tan bien pues apenas éramos unos niños, pero la experiencia fue muy enriquecedora. 


Pero no es algo insuperable. El dolor y la soledad del ostracismo que sentimos cuando una persona nos rechaza por saber de qué país venimos, sin tener ninguna razón para ello, cuando probablemente la única referencia que posea de éste sea la que provee la caja tonta, nos hace madurar. Hace que veamos de otro modo a los inmigrantes en nuestro propio país; nos devuelve a la humildad de ser humanos y hace que nos olvidemos de qué nación posee el control económico de cuál, de saber que aquellos que viven junto a nosotros viven a la misma distancia del centro de la ciudad, compran los alimentos en el mismo sitio que nosotros, sus hijos juegan en los mismos parques que los nuestros y estudian con ellos en la misma clase. Muchas veces trabajaremos con ellos, tendremos los mismos problemas para llegar a fin de mes, viviremos las mismas experiencias.

Foto de una familia kirguiz (o quizás tadjika) junto a una yurta o casa típica de la estepa, frente al pabellón de Kirguizistán en el parque ВДНХ (VDNJ) de Moscú (verano 2012). Los ciudadanos de las exrepúblicas soviéticas musulmanas son los colectivos que padecen un mayor riesgo de exclusión en la Rusia actual. 

La integración en un país extranjero como turista implica la aceptación tácita y optimista de un cambio en la vida que puede ser totalmente espontáneo, y aceptar a los migrantes en los países recibidores forma parte de nuestra obligación como seres humanos. Marruecos, abril de 2009. 

 Los niños no tienen raza, ni color, ni credo, ni patria. Una persona que discrimina a un niño por parecer diferente de ella jamás será capaz de hacer feliz a sus hijos. 
Así pues, al sentir en mis carnes aquel rechazo, observé y sentí el rechazo de millones de personas inmigrantes en mi país, con la inseguridad que da el ser extranjero y/o de no conocer bien la lengua, perdidos en un ambiente bajo el que no han crecido, y que sólo necesitan comprensión, de la misma forma que yo necesitaba la comprensión allí. ¿Me hace ser español más cercano a Amancio Ortega, el quinto hombre más rico del mundo? No. Vivir donde vivo, tener las necesidades que tengo y el contexto bajo el que vivo, me hace más cercano a los nigerianos, a los chinos, a los marroquíes y colombianos y ecuatorianos con los que convivo cada día. Elijo estas nacionalidades porque son las más cercanas a mi barrio. Me hace más cercano también a los estudiantes universitarios de Alemania, Chile, India, Grecia y Corea del Sur; me hace más cercano cuantas más similares sean mis necesidades. Afortunadamente en el mundo académico y en el mundo de la ciencia en particular no existen nacionalidades: el mérito se mide estrictamente por la elegancia y trascendencia de las conclusiones de una investigación, la haga quien la haga.


Una clase de alemán en Tübingen. Españoles, estadounidenses, turcos, colombianos, italianos, taiwaneses, británicos, japoneses; todos, independientemente de nuestro origen, teníamos problemas parecidos que resolver día tras día. Invierno 2011. 


Feria de las naciones en Sevilla. Eventos como éste o el Día de la Hispanidad recuerdan a los pueblos su unión, más que las características que los hacen distintos, y en especial nos recuerdan nuestros vínculos con Latinoamérica. Octubre de 2011.


Las crisis económicas llegan y se van. La situación de los países cambia constantemente; países como Argentina, Irlanda, España, Alemania y Rusia se han sumido en las más profundas depresiones económicas y han tenido épocas de bonanza, y han recibido inmigrantes y enviado emigrantes. Por desgracia casi todos los países que han enviado emigrantes en épocas de depresión económica olvidan lo que han sido cuando se encuentran en la otra cara de la moneda. La humildad y el esfuerzo por no convertirnos en una masa sin cerebro ni ojos ni corazón puede revertir el proceso de la xenofobia y el ostracismo, y para los ciudadanos de estos países, puede ayudarnos a recordar que en gran parte todos somos humanos y tenemos los mismos problemas.

Podría parecer una ciudad costera andaluza; se trata sin embargo de Oostende (Ostende), en la costa belga (verano de 2011). No conozco ninguna nación a cuyos ciudadanos no les guste pasar su tiempo de vacaciones en un sitio luminoso o junto al mar. 

Otra instantánea de Bélgica en el mismo verano, con Alix, colaboradora de otra aventura relatada en este blog.  En mis viajes he encontrado pocas mezclas raciales y culturales como las que encontré en Bruselas, haciéndola (para mi experiencia) una de las ciudades más multiculturales y abiertas del mundo. 


El abaratamiento de los viajes y el gusto por mostrar nuestra cultura nos han permitido vestir de flamenca a todas las chicas de fuera de Sevilla que han pasado por mi casa, incluso estadounidenses, alemanas, suecas (Johanna, foto superior) y rusas (Anastasia, foto inferior). No les sienta mal. 

En alemán existe una expresión para decir "inmigrante", alternativa al uso de la palabra Immigrant: Einwanderer, que para "emigrante" es Auswanderer. A mi juicio es mucho más hermosa, sobre todo porque wandern tiene el sentido de "migrar", pero también de "caminar", y en parte nos recuerda que en esta vida todos somos migrantes, puesto que todos, absolutamente todos, somos caminantes.


Y algunos hasta somos orgullosa y afortunadamente llamados Vagabundos.



Los españoles tenemos una inmensa suerte. Enclavados en una encrucijada geoestratégica, nos vemos muy influidos históricamente por la cultura romana (arriba, foto de la necrópolis de Chellah, en Rabat, Marruecos, en abril de 2009), la árabe (detalle del Mausoleo de Hassan V, Rabat) y las culturas latinoamericanas (Pabellón de Perú de la Exposición Iberoamericana de 1929, Sevilla, actualmente consulado de dicho país y Casa de la Ciencia). 

K.

*He de hacer justicia con Alemania, un país que a pesar de todo se ha destacado por su aceptación hacia los inmigrantes; donde los líderes de la tercera y cuarta fuerzas políticas del país tienen orígenes turcos y vietnamitas, respectivamente. Sobre la cuestión de la inmigración me gusta una cita en alemán contra las consignas Ausländer Raus! que gustaba de vociferar el político de ultraderechas Jorg Häider en Austria; los estadounidenses tienen otra bien parecida.

2 comentarios:

  1. Me ha gustado mucho tu post, y lo he leido desde la perspectiva de una española viviendo en barrio de inmigrantes, y también desde la perspectiva de una emigrante a tierras alemanas (en concreto Tübingen). Me ha hecho tener más ganas de viajar y conocer el mundo, y poder llegar a ser mejor persona algún dia. Gracias por compartir tus reflexiones!

    Elena

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    1. Hola Elena, gracias por tu comentario. ¿Dónde vives en Tübingen? Yo viví un año en Französisches Viertel, y la verdad es que como barrio y como ciudad es un sitio precioso.

      Un placer y un saludo,

      K.

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